miércoles, 26 de septiembre de 2012

Vanadis - La Doncella del Ciervo Blanco

No sé si luego de participar en un reto podré publicar mi historia íntegra aquí, pero bueh, para que se entusiasmen, un pequeño Summary:

"El río sinuoso cuenta sueños de lo profundo del bosque, que los hombres ebrios de vino e historias de gloria no alcanzan a oír. Deja atrás la inmundicia de las fosas de excremento, aquel lugar abandonado por Dagda en donde las mujeres de mala vida esperan un hombre por un trozo de pan, las casas míseras de la decadencia y el olvido de las cosas sagradas, y se interna en la arboleda sagrada, en donde otrora los druidas oraban a grandes monolitos cuyo significado se ha perdido, irguiéndose como mojones, llenos de solemnidad, pero sin objetivo alguno"

Saben que mi premisa siempre es crítica (al menos, quien me haya leído antes), pero esta historia es ligeramente diferente. Diría que es casi una moraleja, una sangrienta moraleja, o al menos pretendo dejar pensando a quien lo lea acerca de la vida, la muerte, y los errores que hemos cometido como especie. Sí, nuevamente mi misantropismo ataca.

En fin, suficientes preliminares...a leer!

lunes, 18 de junio de 2012

Wait for sleep II

Has llorado tanto que la sal cristaliza en tus ojos, escuecen, duelen y se hinchan. Los labios hacen otro tanto, y los sientes sangrar entre tus dientes, con la mandíbula floja en una mueca estúpida. No puedes moverte. No puedes dormirte. Solo esperas que venga un olvido súbito y te lleve a dejar atrás todo.

Sabes, oh, cómo lo sabes, que necesitas descansar. Que tu cuerpo grita e implora por una noche de sueño que no llegará. Pero sabes que dormirás y llorarás mientras lo haces, que las cuchillas en el corazón no saldrán de ahí hasta mucho tiempo después. Que las pesadillas cenarán tu tranquilidad y tu sueño reparador se irá al carajo. Tienes miedo de lo que puedas llegar a soñar. Puedes soñar y sentir más dolor aún. No quieres más dolor. Por eso no te duermes.

Quizá, si apagas las luces y dejas que tu cuerpo repose en paz, el misericordioso momento en el que la realidad se desdibuja llegue rápido y sin pesadillas, pero lo has intentado antes y has fallado. En esos otros días en los que el dolor te consume y lloras hasta no poder más, hasta que la sal escuece y arde en la piel, hasta que ya no puedes soportar limpiar tu nariz con tus sendas manos. Hasta que ya el dolor se ha vuelto algo inherente, ese momento en el que sientes que ya no te abandonará nunca. Y no paras de llorar, incluso sin pensar en nada, las lágrimas caen silenciosas y reprimes un gemido de puro dolor.

Quieres sollozar. Quieres gritar. Quieres tirarte los cabellos hasta arrancártelos a mechones, dolorosamente, de la cabeza. Quieres sentir dolor físico y morir, ya no más ese horrendo vacío en el pecho, esa sensación de soledad y de depresión que parece que no acabará nunca, cuando el túnel es más oscuro.

Pero la noche acaba y da paso al día. Lo dará dentro de unas horas. Y debes ocultar los restos del crimen. Debes limpiar tu nariz, secar tus ojos. Lavar tu cara, ocultar los ojos hinchados y la expresión miserable y los deseos de morir y desangrarse de dolor, todo sea por el olvido. Debes practicar, frente al espejo, una sonrisa que parece que olvidaste cómo efectuar. Los músculos se resisten. Pero lo logras, siempre lo logras, aunque casi inmediatamente te dan ganas de volver a gritar que ya no eres feliz, y que hace tiempo que tus sonrisas son falsas y tu felicidad, aparente.

Y mientras solo esperas un olvido súbito y misericordioso que no llegará. Esperas el sueño, la muerte, el olvido, lo que sea. Pero nada llega, y el día aparece asomando su radiante cabeza. Debes huir. Esconder la evidencia. Terminar. Y fingir.

domingo, 1 de abril de 2012

Caos, o el amor a primera vista

Si cuando te vi por primera vez la entropía se abrió paso y dominó mi escritorio, tendré que echarte la culpa, con el perdón de tus ojos indiferentes que pasaron de mí olímpicamente.

Cuando corría ligeramente agitado por la conocida avenida central hacia el salón, tan agitado como cuando tus manos me hacen gritar de placer y tú solo sonríes, satisfecho y ocultando la ternura, poco me imaginaba l a entropía que se avecinaba, en la que me estaba sumergiendo sin hacer nada al respecto. Poco me imaginaba cuánto me prendaría tu presencia, y cómo resonarían los lápices en el suelo de baldosas, helado, sucio por el barro, en ese invierno cuyo aire frío sabía a destino.

Cuando salíamos de la mano, paseando y conversando de todo o de nada, y apenas te podías creer lo profundo que enterré mis sentimientos, o lo mucho que deseé tomar tu mano a medida que caminábamos por lugares insospechados, el amor evolucionando de forma natural a medida que nuestra coqueta amistad se asentaba.

Yo nunca te quise como amigo, aclaro. Hasta que me di cuenta de lo fácil que es que tu amante sea tu mejor amigo, sin por ello dejar de ser tu amante.

El salón siempre fue igual. Impersonal, enorme, con múltiples posibilidades de asientos. Mi grupo se sentaba justo detrás del tuyo, amigos y amigas conversábamos ligeramente y en voz baja, evitando la mirada rapaz de la profesora, que nos podía llevar al ridículo, como lo hizo la primera vez que me viste. Reía en voz baja luego de un ligero grito, con un amigo, y todo el peso del ridículo nos cayó sobre los hombros. Tus ojos captaron mi figura, y estuve complacido, feliz en medio de la desdicha del reto.

Poco sabía yo que mientras te besaba el mundo se venía encima, que mientras te observaba desde lejos no era el único pegado a tu silueta. El pasado como fantasma del destino, siempre acechando, molesto, como una mosca enorme y venenosa. Un fantasma que espero derrotar, que nace desde mis inseguridades y esa molesta sensación  en el pecho que son los celos desmedidos por lo que se ama con el alma.

Y mientras me sentaba entre dos grandes amigos, no vigilaba la hora. No esperaba a que fueran las nueve para dejar de mirar la puerta, sabiendo que si no llegabas a esa hora peregrina no llegarías nunca. Mi corazón no quedaba en suspenso hasta que los goznes cedieran al empujón de un brazo seguro, mi mente no divagaba en imposibles fantasías de romance en esa clase que acabaré perdiendo. La vida era normal, sostenida por fuertes convicciones acerca de la verdadera naturaleza del romance y dos relaciones moribundas.

Hasta que lloré por primera y no última vez frente a ti, hablando de una antigua puñalada en el corazón. Las relaciones murieron primero, las convenciones le siguieron al poco tiempo.

Y esa vez abriste la puerta, y esa vez decidí vigilarla. Y te vi entrar y el mundo cambió, las sombras desaparecieron y no tuve duda de que te amaba. Las dudas vinieron después, mas el sentimiento y el impulso nunca desaparecieron. Y en mi apresuramiento por apresar tu figura en mi mente, la entropía se apoderó de mi escritorio, llegando desde los confines de un universo que siempre se resuelve en caos, y los lápices cayeron, mi dignidad se apresuró a seguirlos y la sangre subió de golpe a unas mejillas pálidas de sueño.

Y te amé, te amo y te amaré. El amor a primera vista es la única certeza en un mundo en el que la entropía tiene asuntos con mis lápices, tú con tus fantasmas y yo con tu piel.

PD: Nuevamente, cualquier relación con la realidad es mera coincidencia...o no lo es?

domingo, 4 de marzo de 2012

Yoru

“–No…no quiero otro ladrillo.

–No hay más ladrillos…estoy aquí, contigo, siénteme. No me voy a ir“.

Bran. Bran me estaba pidiendo auxilio. Aquel que temía, aquel que solo aparece en el momento del mayor desborde, cuando las emociones colapsan y él…él desaparece por un momento. Ambos sabemos que Bran es una realidad. Yo sé que Bran es un peligro.

Pero es parte de él. Y por él, soportaría mayores rigores.

Las palabas se reproducen una y otra vez en mi mente cansada. “No quiero otro ladrillo”…no tendría sentido si no fuera por aquel muro de proporciones titánicas, aquel muro que alguien construyó a su alrededor, a salvo de todo daño, a salvo de todo, solo, pero a salvo. Un muro que se construye ladrillo por ladrillo.

¿Cuánto hace que estás ahí, Bran?

Y mientras él se hace cómodamente insensible, me aprieto contra su pecho. Bran ha desaparecido…por el momento. Bran siempre está ahí. Pero él…él y Bran son uno solo, y él sigue ahí. No sé a quién consuelo, probablemente a ambos. Probablemente ambos me lo agradecen. Nunca lo sabré.

“No hay más ladrillos…estoy aquí (adentro), contigo, siénteme. No me voy a ir”

Mi corazón palpita. Siénteme. Lo hace por él, contra su pecho. No me voy a ir. Nunca me iré, se los prometo a ambos, se lo prometo a él. Sigo murmurando, porque estoy aquí, y él está entre mis brazos.

Solo por hoy me mantengo serena, mientras veo su expresión tranquilizarse y su respiración normalizarse. Y cuando sus brazos estrechan mi cintura sé que es un mudo “gracias”. De quién, nunca lo sabré.

N/A: Blogger no me deja subir imágenes, es definitivo. Los odio a todos.
N/A2: Cualquier parecido con situaciones reales es solo coincidencia... o no lo es?

domingo, 18 de diciembre de 2011

Hoy

Hoy intenté, por tercera vez, volver a dibujarte. Intenté imprimir el aliento de vida en cada uno de tus cabellos, el brillo en medio de la oscuridad de tu mirada. Tus facciones, angulosas, afiladas, perfectas. Y así mismo, cuánto las odias por las mismas razones que a mí me fascinan.

Intenté, además, dejar un registro en papel, eterno dentro de la vida que puede tener la celulosa molida, de tu postura rapaz. De ese aire furtivo con el que te mueves por la vida. Ese aire furtivo propio de quien ha sido herido tantas veces que teme un último golpe mortal. Esos pasos firmes, que avanzan hacia un final que presiente.

También intenté que el dibujo irradiara el calor. El calor de tu piel tan cercana, de tu mirada de depredador en la oscuridad. La pasión que se derrama en dos segundos de caricias y en toda una vida consumida en el espacio de una hora sumida en el silencio y los suspiros contenidos. El amor de dos cuerpos y dos corazones conectados en un momento tan íntimo y hermoso (casi artístico, lleno de mecánicas y minucias, lleno de métodos y, sin embargo, poético en cierta medida) como tabú.

No me olvidé de intentar dibujar, también, la sensación peligrosa de tu existencia al estar tan cerca. La vibración de la adrenalina, la languidez del amor. Pero supongo que, aún, mis habilidades con el lápiz no son tan buenas. Lo volveré a dejar por hoy, y un día espero captar el amor al completo a través de un simple papel y el grafito.


PD: Blogger no me sube imágenes ahora, ni páginas. Bleh.

domingo, 2 de octubre de 2011

Hasta el fin

Tan firmemente cerrada está tu jaula, pájaro mío, que a veces dudo que sea capaz de abrir el resquicio suficiente como para dejarte salir. Tu ala herida, tu pico afilado y altivo, tus garras prestas a defenderte me han hecho algunas heridas mientras intento deshacer el sortilegio que ata la pequeña portezuela por la que has de salir algún día. Y sin embargo, continúo haciéndolo, y tus garras han dejado de maltratarme mientras tus ojillos negros me recorren con franca curiosidad.

Tu hermoso plumaje negro me trae a la mente inexistentes imágenes de la maravilla de tu vuelo, de los lugares que verás, de la vida que llevarás, y el cómo me encantaría recorrer contigo la inmensidad. A veces dudo que tus alas sean lo suficientemente fuertes como para soportarme, pero luego me doy cuenta que son grandes y anchas, capaces de sobrevolar distancias y de llevar cargas. Quizá, algún día.

Todos los días llego sin falta a la portezuela de tu jaula de oro, todos los días llevo alguna fruta jugosa que pueda gustarte o no. Incluso, a veces, puedo acariciar tus plumas brillantes mientras tus ojos me recorren con cautela y un brillo extraño, anhelante, a veces.

Una vez logré abrir un resquicio. Como un loco te lanzaste hacia él, provocando que se cerrara. Estuvimos tristes, tú te desvaneciste en tus miradas en lontananza, y yo lloré amargamente por tu cariño perdido. Y sin embargo, volviste a mí y secaste mis lágrimas saladas con tus plumas de brillante azabache. Logré sonreír después de eso.

Y he vuelto, una vez más, a intentar desentrañar el mecanismo de tu jaula. Me observas con ese ojillo negro y profundo como un misterio antiguo, me observas con amor. Te sonrío con mi sonrisa sin labios, y mis orejas se agitan apenas mientras vuelvo a trabajar en la cerradura. Hoy sea, quizá, el día en que nuestras fatigas lleguen a buen puerto. El día en que al fin podré estrecharte en mis brazos sin barrotes de por medio, el día que volemos lejos en tu plumaje, que veamos el mundo y nos perdamos por las calles y esa urbanidad que amamos y odiamos al mismo tiempo.

En ambicioso felino me he convertido, codiciando a un ave destinada a ser libre para mí.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sin título

Fuente
El día arrojaba el calor balsámico desde el cielo a sus pieles enrojecidas. Un par de delicadas flores en cada mano, margaritas doradas por la luz de un crepúsculo cercano, recordaban revoluciones añejas y que sus mismos participantes han olvidado en el remolino de la rutina gris de una ciudad sucia. El largo camino se hacía menos arduo pero no menos largo en compañía, y con una sonrisa se burlaban del cansancio y de ellos mismos. Sus manos húmedas se resbalaban. Pero permanecían unidas en una causa, cuando las margaritas en las manos de una no estorbaban los dedos del otro, esos dedos firmes, ásperos y cálidos.

Automóviles a un lado, en la carretera, una peregrinación sin fin a ambos lados de esta. Y ahí las sonrisas y las manos se unían a las conversaciones acerca de un futuro, no mejor, ni peor. Un futuro.

Castillos de naipes que se derrumban al menor soplo de viento, como el amor de adolescentes se evapora en un santiamén. Utopías en base a ideales, caricias en base a juramentos y palabras llenas de sentimiento. Revoluciones añejas que se han repetido desde el inicio de los tiempos. Y la rutina gris se evapora a sus espaldas, la luz dorada de un sol bajo es todo lo que queda, eso y los castillos de naipes, eso y los besos. 

Las margaritas hace tiempo se marchitaron en las manos de ella. No podrá cortar otras nuevas, ya no, desde que en una carpa en donde el frío pudo más que el pudor y las margaritas yacían en el piso frío, olvidadas.
Cerros se sucedían en la marcha. Lejos, muy lejos, la brisa marina les recibiría plenos. Olvidados aquellos que, a veces, les miraban por sobre el hombro, o se posicionaban entre ambos. Silencio ante sus ilusiones, el mundo ante sus ojos, una utopía que nacía de almas atormentadas por la realidad.

En una fecha insigne cierran los ojos y se dejan llevar. La juventud corre en sus venas, y no quieren oír el llamado de la selva de cemento. Harán oídos sordos a la llamada de una adultez fría que les hará traicionar a sus ilusiones de margaritas y utopías. Creerán que no puede alcanzarlos a medida que se unen al descampado, hacia un destino de revolución y lucha.

Notas: la interfaz nueva de blogger es MUY fea.