domingo, 2 de octubre de 2011

Hasta el fin

Tan firmemente cerrada está tu jaula, pájaro mío, que a veces dudo que sea capaz de abrir el resquicio suficiente como para dejarte salir. Tu ala herida, tu pico afilado y altivo, tus garras prestas a defenderte me han hecho algunas heridas mientras intento deshacer el sortilegio que ata la pequeña portezuela por la que has de salir algún día. Y sin embargo, continúo haciéndolo, y tus garras han dejado de maltratarme mientras tus ojillos negros me recorren con franca curiosidad.

Tu hermoso plumaje negro me trae a la mente inexistentes imágenes de la maravilla de tu vuelo, de los lugares que verás, de la vida que llevarás, y el cómo me encantaría recorrer contigo la inmensidad. A veces dudo que tus alas sean lo suficientemente fuertes como para soportarme, pero luego me doy cuenta que son grandes y anchas, capaces de sobrevolar distancias y de llevar cargas. Quizá, algún día.

Todos los días llego sin falta a la portezuela de tu jaula de oro, todos los días llevo alguna fruta jugosa que pueda gustarte o no. Incluso, a veces, puedo acariciar tus plumas brillantes mientras tus ojos me recorren con cautela y un brillo extraño, anhelante, a veces.

Una vez logré abrir un resquicio. Como un loco te lanzaste hacia él, provocando que se cerrara. Estuvimos tristes, tú te desvaneciste en tus miradas en lontananza, y yo lloré amargamente por tu cariño perdido. Y sin embargo, volviste a mí y secaste mis lágrimas saladas con tus plumas de brillante azabache. Logré sonreír después de eso.

Y he vuelto, una vez más, a intentar desentrañar el mecanismo de tu jaula. Me observas con ese ojillo negro y profundo como un misterio antiguo, me observas con amor. Te sonrío con mi sonrisa sin labios, y mis orejas se agitan apenas mientras vuelvo a trabajar en la cerradura. Hoy sea, quizá, el día en que nuestras fatigas lleguen a buen puerto. El día en que al fin podré estrecharte en mis brazos sin barrotes de por medio, el día que volemos lejos en tu plumaje, que veamos el mundo y nos perdamos por las calles y esa urbanidad que amamos y odiamos al mismo tiempo.

En ambicioso felino me he convertido, codiciando a un ave destinada a ser libre para mí.

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