Has llorado tanto que la sal cristaliza en tus ojos, escuecen, duelen y se hinchan. Los labios hacen otro tanto, y los sientes sangrar entre tus dientes, con la mandíbula floja en una mueca estúpida. No puedes moverte. No puedes dormirte. Solo esperas que venga un olvido súbito y te lleve a dejar atrás todo.
Sabes, oh, cómo lo sabes, que necesitas descansar. Que tu cuerpo grita e implora por una noche de sueño que no llegará. Pero sabes que dormirás y llorarás mientras lo haces, que las cuchillas en el corazón no saldrán de ahí hasta mucho tiempo después. Que las pesadillas cenarán tu tranquilidad y tu sueño reparador se irá al carajo. Tienes miedo de lo que puedas llegar a soñar. Puedes soñar y sentir más dolor aún. No quieres más dolor. Por eso no te duermes.
Quizá, si apagas las luces y dejas que tu cuerpo repose en paz, el misericordioso momento en el que la realidad se desdibuja llegue rápido y sin pesadillas, pero lo has intentado antes y has fallado. En esos otros días en los que el dolor te consume y lloras hasta no poder más, hasta que la sal escuece y arde en la piel, hasta que ya no puedes soportar limpiar tu nariz con tus sendas manos. Hasta que ya el dolor se ha vuelto algo inherente, ese momento en el que sientes que ya no te abandonará nunca. Y no paras de llorar, incluso sin pensar en nada, las lágrimas caen silenciosas y reprimes un gemido de puro dolor.
Quieres sollozar. Quieres gritar. Quieres tirarte los cabellos hasta arrancártelos a mechones, dolorosamente, de la cabeza. Quieres sentir dolor físico y morir, ya no más ese horrendo vacío en el pecho, esa sensación de soledad y de depresión que parece que no acabará nunca, cuando el túnel es más oscuro.
Pero la noche acaba y da paso al día. Lo dará dentro de unas horas. Y debes ocultar los restos del crimen. Debes limpiar tu nariz, secar tus ojos. Lavar tu cara, ocultar los ojos hinchados y la expresión miserable y los deseos de morir y desangrarse de dolor, todo sea por el olvido. Debes practicar, frente al espejo, una sonrisa que parece que olvidaste cómo efectuar. Los músculos se resisten. Pero lo logras, siempre lo logras, aunque casi inmediatamente te dan ganas de volver a gritar que ya no eres feliz, y que hace tiempo que tus sonrisas son falsas y tu felicidad, aparente.
Y mientras solo esperas un olvido súbito y misericordioso que no llegará. Esperas el sueño, la muerte, el olvido, lo que sea. Pero nada llega, y el día aparece asomando su radiante cabeza. Debes huir. Esconder la evidencia. Terminar. Y fingir.
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