Si cuando te vi por primera vez la entropía se abrió paso y dominó mi escritorio, tendré que echarte la culpa, con el perdón de tus ojos indiferentes que pasaron de mí olímpicamente.
Cuando corría ligeramente agitado por la conocida avenida central hacia el salón, tan agitado como cuando tus manos me hacen gritar de placer y tú solo sonríes, satisfecho y ocultando la ternura, poco me imaginaba l a entropía que se avecinaba, en la que me estaba sumergiendo sin hacer nada al respecto. Poco me imaginaba cuánto me prendaría tu presencia, y cómo resonarían los lápices en el suelo de baldosas, helado, sucio por el barro, en ese invierno cuyo aire frío sabía a destino.
Cuando salíamos de la mano, paseando y conversando de todo o de nada, y apenas te podías creer lo profundo que enterré mis sentimientos, o lo mucho que deseé tomar tu mano a medida que caminábamos por lugares insospechados, el amor evolucionando de forma natural a medida que nuestra coqueta amistad se asentaba.
Yo nunca te quise como amigo, aclaro. Hasta que me di cuenta de lo fácil que es que tu amante sea tu mejor amigo, sin por ello dejar de ser tu amante.
El salón siempre fue igual. Impersonal, enorme, con múltiples posibilidades de asientos. Mi grupo se sentaba justo detrás del tuyo, amigos y amigas conversábamos ligeramente y en voz baja, evitando la mirada rapaz de la profesora, que nos podía llevar al ridículo, como lo hizo la primera vez que me viste. Reía en voz baja luego de un ligero grito, con un amigo, y todo el peso del ridículo nos cayó sobre los hombros. Tus ojos captaron mi figura, y estuve complacido, feliz en medio de la desdicha del reto.
Poco sabía yo que mientras te besaba el mundo se venía encima, que mientras te observaba desde lejos no era el único pegado a tu silueta. El pasado como fantasma del destino, siempre acechando, molesto, como una mosca enorme y venenosa. Un fantasma que espero derrotar, que nace desde mis inseguridades y esa molesta sensación en el pecho que son los celos desmedidos por lo que se ama con el alma.
Y mientras me sentaba entre dos grandes amigos, no vigilaba la hora. No esperaba a que fueran las nueve para dejar de mirar la puerta, sabiendo que si no llegabas a esa hora peregrina no llegarías nunca. Mi corazón no quedaba en suspenso hasta que los goznes cedieran al empujón de un brazo seguro, mi mente no divagaba en imposibles fantasías de romance en esa clase que acabaré perdiendo. La vida era normal, sostenida por fuertes convicciones acerca de la verdadera naturaleza del romance y dos relaciones moribundas.
Hasta que lloré por primera y no última vez frente a ti, hablando de una antigua puñalada en el corazón. Las relaciones murieron primero, las convenciones le siguieron al poco tiempo.
Y esa vez abriste la puerta, y esa vez decidí vigilarla. Y te vi entrar y el mundo cambió, las sombras desaparecieron y no tuve duda de que te amaba. Las dudas vinieron después, mas el sentimiento y el impulso nunca desaparecieron. Y en mi apresuramiento por apresar tu figura en mi mente, la entropía se apoderó de mi escritorio, llegando desde los confines de un universo que siempre se resuelve en caos, y los lápices cayeron, mi dignidad se apresuró a seguirlos y la sangre subió de golpe a unas mejillas pálidas de sueño.
Y te amé, te amo y te amaré. El amor a primera vista es la única certeza en un mundo en el que la entropía tiene asuntos con mis lápices, tú con tus fantasmas y yo con tu piel.
PD: Nuevamente, cualquier relación con la realidad es mera coincidencia...o no lo es?