sábado, 21 de mayo de 2011

Welcome Back


Hola, espejo, que agrado verte mi amigo. Ha pasado un tiempo.

Su mirada había cambiado, su cabello estaba desordenado por el ocio. Por las pesadillas. Por girar en la cama que habían dispuesto para él sin orden ni concierto. Por haber presenciado el fin del mundo y por haber sobrevivido a él.

Su expresión era rígida, como la de un cadáver. Como si el rigor mortis se hubiese apoderado de sus facciones. Su sonrisa, ya de por sí esquiva, no parecía querer aparecer. Había muerto, quizá, como cierto detalle faltante.

Las heridas en su vientre llevaban un tiempo cerrándose. Ahora, cicatrices. No sangraban. Bajó la mirada, dejando que el flequillo descuidado le cubriera los ojos. Su cabello había crecido, además, y su mirada se ensombreció. Había pasado mucho, muchísimo tiempo, desde la última vez que se había visto en un espejo. Y su mente se había perdido en caminos extraños.

Apretó las manos alrededor de la loza del lavamanos. Olía a limpio. Olía a hospital, a medicina.

Sintió sus facciones moverse. Sobreviví, pensó. Sobreviví a pesar de que no debí hacerlo, siguió pensando. La gente pensaría que se quebraría. La gente, posiblemente, estaba esperando sus lágrimas. La gente pensaba que no sería capaz. Que no lo lograría.

Y, una vez más, les demostraría lo equivocados que estaban. Solo la cicatriz delataba aquello que se había roto, posiblemente para siempre.

El espejo le devolvió una sonrisa burlona. Una sonrisa que decía “sí, sigo aquí. No me he roto”.

No, no estaba roto. No del todo. Era capaz de, por puro orgullo, seguir vivo. Le gustara a quien le gustara.

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