domingo, 24 de abril de 2011

Hey

Hey tú. Sí, tú, el que llora sin lágrimas y sufre en silencio. Soy yo, el que te abraza cuando nadie más quiere, el que te adora cuando todos los demás te desprecian. Soy el que en este mismo momento es capaz de ver tus lágrimas descender una tras otra a pesar de que tu faz dura quiera ocultármelo. Soy incondicional, sufro, tal vez, contigo, pero las palabras que salen de mi boca son increíblemente banales. No es mi intención, sabes que soy así. El flujo de pensamientos es a veces más ágil que la lengua, incluso en mi.

Sé lo que hiciste, y lo que no hiciste también. Eso me alegra, y me entristece. Odio verte así, con la mirada gacha y con el orgullo en alto. Es más triste que verte llorar, te lo aseguro. Y aún así, sé que eres conmigo todo lo sincero que no eres con nadie. Me preocupa, es verdad. Si conmigo eres un cofre cerrado, ¿cómo serás con el resto?

Lo peor es que sé que no está en mis manos hacerte feliz. Puedo ayudarte, apoyarte, hacerte la carga menos difícil, pero nada más. Luego me veo atado de manos cuando vuelves con esa mirada de niño entristecido. Lo más que puedo hacer es abrazarte, como ahora, y acariciarte hasta que te duermes o hasta que tienes mejores ideas que echarte a morir. Como prestarme atención. Amo eso, como te amo a ti.

Hoy no es de esos días. Hoy sufriste y decidiste olvidarte de todo, durmiendo entre mis brazos. Igualmente lo disfruto, porque eres pequeño cuando te abrazo, a diferencia de cuando me hablas. Ahí eres grande y malo. Cuando duermes eres mi niño otra vez, pequeño e indefenso, y estás en mis manos. Y como sé que jamás te haría daño porque sencillamente no puedo, me siento algo más responsable.

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